eran de mis tardes favoritas, esas que estaban llenas de libros, palabras y boxers femeninos.

Una silueta delgaducha y silenciosa daba vueltas por toda la casa. Caminaba mucho por el piso de abajo pero también subía de vez en cuando. Llevaba así un par de horas ya. Solo paso, paso, paso, giro, rodea, tuerce a la derecha, ahora a la izquierda, entraba al comedor, salía, daba un giro, se correteaba en círculos, contorneaba los muebles… pero nunca se detenía.

Era Rima, la silenciosa y desnutrida Rima.

Ella era una de esas casi inexistentes personas que incluso cuando estaban con alguien más, eran ellos mismos. Figurate, ¡incluso cuando estaban con alguien más!

Pero yo ya no sabía si eso era algo bueno o malo. Verdaderamente que no. Por que para ella, ser ella misma, incluso estando alguien más cerca, era sinónimo de ignorarle por completo. Actuaba como si no estuvieras, seguía dando vueltas por la casa (aquella que sus padres le habían dado, aún a pesar de su edad), seguía haciendo anotaciones rápidas en cualquier superficie que se pudiera rayar, seguí hojeando libros y libros mientras murmuraba un sin fin de cosas.

Y aunque era una de mis actividades favoritas, el observarla, quiero decir. Por que sí, me encantaba verla caminar sin rumbo aparente por su pequeña y desordenada casa, con sus boxers femeninos y sus camisones de manga larga que le escurrían por su desnutrida complexión. Su cara de concentración… su voz mascullando diálogos inexistentes, sus voraces dedos contorneando las páginas de sus desgastados libros... Y que sí, eran días felices, sin duda, disfrutaba mucho de esas tranquilas tardes cerca de ella, pero también me llegaba a molestar, a la larga, que no me mirara.

Y no digo que nunca me mirara, por que si que lo hacía. Pero dejaba de hacerlo por un lapso de tiempo considerable. Y entonces tenía que decir yo alguna cosa inteligente, una de esas pequeñas frases que solo encuentras en una película de diálogos bien estudiados, o decir algo lo suficientemente astuto como para llamar su atención (algo como «escuche que había una feria del libro cerca del centro, ¿sabes?» ó «me parece que hoy estrenaban ‘tal’ película adaptación de ‘tal’ libro…»).

Y entonces me miraba (o miraba mis palabras) y yo solo lograba tragar saliva y seguir firme con mis palabras. Lo que siguiera después, no importaba. Por que yo me sentía feliz con mi éxito temporal, y me sentía feliz afuera con ella dando vueltas buscando algo que nunca íbamos a encontrar.

Y, ¿saben?, a veces tengo la sospecha de que ella lo sabía, de que sabía que mentía. Pero claro, es solo una sospecha, no vale mucho…

5 comentarios:

Mònica C. Vidal dijo...

claro que lo sabía!

Unknown dijo...

El suelo cruje bajo Rima. Su figura famélica se difumina en el aire; las cuencas de sus ojos lo sabían, esas facciones huesudas lo sabían.

Saludos, Centinela, y suerte con la guardia.

sin H dijo...

Yo creo que Rima trataba de llamar tu atención, sólo que ella lo hacía a su manera :)
PRECIOSO relato, en serio. Increíble. UF.

Mel Reed ϟ dijo...

Hey Aidé:
Extrañaba escribirlo :)
No te he podido leer lo cual es una desepcion con tus hermosos escritos, yo creo que rima era como muchas personas, se abstraia en su mundo, sin dejar que las personas entraran, como si nada fuera suficiente para entrar.

Lindo

Con Cariño
Mel
XX

Raquel Begué dijo...

Oh, me gusta Rima :) Y me gusta tu relato!